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Ya casi es la hora y los recuerdos se multiplican como los irreparables segundos que avanzan dejando la huella de tu presente. Sin embargo, creo que podemos detener el tiempo. A veces algo tan simple logra captar nuestra atención, pero no nos detenemos a disfrutarlo.
Recordamos los años ochentas escuchando buena y melodiosa música, y encontramos una sociedad llena de sueños, proyectos y esperanza, sin embargo los pequeños detalles, aquellos convertidos en grandes vivencias tan propias que nos hacen únicos en nuestro creciemiento personal, los olvidamos tan fácil como la brisa de septiembre en el invierno.
José Ernesto Pérez el alcalde de la calle Toro Mazote, le decíamos así porque cada vez salíamos a la calle a jugar nos observaba desde su ventana tratando de albertinos con su mirada que no fuésemos a golpear su casa a pelotazos, por tanto todo pasaba por el temor de enfrentarnos a alguna reprimenda.
Comienza el partido con una cancha sólo demarcada con las uniones del alfalto y todo es sana entretención hasta el momento que logro tener el balón de Julio en mis pies. Lo golpié tan fuerte que el tiro dio en un poste y rebotó en la ventana de la casa del alcadalde de la cuadra. Abstraido y con la mirada fija como los caballos de carrera, me dirigí en busca de la pelota, volviendo sólo a la realidad con un puntapié de antología y los ojos desorbitados del alcalde de la cuadra.
Hoy lo recuerdo cada vez que deseo que las calles de mi ciudad se vistan de niños disfrutando de su infancia y no de adolecentes destrozando su gran y único patrimonio otorgado por aquellos que aún creemos en la verdadera libertad de expresión.
Joseph Libert
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