COLUMNA: Camino a la independencia de Chile: Achupallas, La Guardia y Las Coimas por Cristián Guerrero Lira, Universidad de Chile

COLUMNA: Camino a la independencia de Chile: Achupallas, La Guardia y Las Coimas por Cristián Guerrero Lira, Universidad de Chile

En enero de 1817 se iniciaron las operaciones del Ejército de los Andes, y sus primeras acciones de guerra se produjeron en suelo argentino cuando el día 24 los realistas asaltaron la vigía cordillerana que se había emplazado en Picheuta. Al día siguiente los atacantes fueron batidos un poco más hacia el oeste, también en medio de la cordillera, en el paraje de Potrerillos. En territorio chileno los enfrentamientos previos a la gran batalla de Chacabuco se produjeron a partir del 4 de febrero en Putaendo, más precisamente en el sector conocido como Achupallas, y también en la Guardia (actual Guardia Vieja, al este de la ciudad de Los Andes). A ellos se sumó, tres días después, un encuentro de mayor envergadura en Las Coimas, cuyo resultado obligó a las fuerzas realistas a abandonar el valle de Aconcagua y reunirse, con otras que se desplazaron desde Santiago, en la cuesta de Chacabuco, donde fueron batidas el 12 de febrero en la lid que inició la consagración de la independencia de gran parte de Chile pues el poder del rey se desmoronó rápidamente en el territorio comprendido entre Copiapó y el río Maule.

Cristián Guerrero Lira

Numéricamente hablando, los asaltos a Achupallas y la Guardia son acciones menores que no involucraron a grandes contingentes. Sin embargo, analizadas desde la perspectiva de la estrategia involucrada en la operación que los combatientes independentistas realizaban (cruzar la cordillera de los Andes y batir al enemigo realista), adquieren mayor significación. El general José de San Martín había considerado todos los detalles involucrados en el cruce andino, tales como el número de mulas y caballares, la alimentación de hombres y animales, el transporte de agua y de todos los elementos propios de un ejército de casi cinco mil hombres, entre muchos otros. Todo estaba previsto y como comandante sabía que tras las agotadoras jornadas en la cordillera debía exigir a sus soldados un sacrificio más: combatir y derrotar al enemigo. Ello implicaba que la fuerza militar no debía ser bloqueada en su salida desde las montañas hacia el valle aconcagüino y, en parte importante, el éxito estribaba en que tanto en Achupallas como en la Guardia, no se hubiesen emplazado fuerzas realistas capaces de obligarlos a retroceder.

El asalto a la posición realista en Achupallas se relacionaba directamente con el resultado del encuentro sostenido en Potrerillos pues era necesario cerciorarse que aquel movimiento realista no tuviese ramificaciones. Si por la ruta que unía a la villa de Los Andes con Uspallata se había movilizado una fuerza realista, era posible que también se hubiesen desplegado otras por el valle de Putaendo, sector por donde arribaría el grueso de las tropas de San Martín. Por ello el general ordenó que el mayor Santiago Arcos (el mismo que posteriormente tendría una lamentable actuación tras el desastre de Cancha Rayada), avanzara con un pequeño destacamento y se apoderase del lugar, lo que realizó sin dificultades encontrando escasa resistencia.  

Casi al mismo tiempo se desarrollaba el asalto a la Guardia. El comandante de aquella división del Ejército de Los Andes, Juan Gregorio de las Heras, sabía que entrando al valle encontraría resistencia. Desde Juncalillo envió una partida exploradora que le informó de la presencia de casi 100 realistas en el sector y que en la villa de Los Andes había 250 efectivos más. Las Heras comprendió que debía actuar rápidamente y evitar que esas tropas se reunieran. Por ello despachó un destacamento bajo el mando de Enrique Martínez, un militar nacido en Montevideo. Al atardecer del 4 de febrero, la fuerza atacante tomó posiciones e inició el combate. La refriega se prolongó por una hora y media y según informó Las Heras a San Martín, en ella murieron 7 enemigos y se capturó a 38, teniendo en su fuerza solo cinco heridos leves.

Pocos días después se produciría el combate de Las Coimas. Liberado Putaendo, que con orgullo hoy se reconoce como el Primer Pueblo Libre de Chile, una avanzada de las tropas sanmartinianas continuó su camino hasta San Felipe, localidad que abandonaron al conocerse el arribo de tropas enemigas, a las que esperaron en el cerro de Las Coimas, donde algunos errores tácticos obligaron a los realistas a retroceder hasta Chacabuco. Finalmente, allí se decidiría todo.

Estos hechos, narrados simplemente, sirven para reflexionar sobre ciertos puntos que traen la historia a la actualidad.

En primer lugar, nos parece necesario recalcar que si bien forman parte de la historia local del valle de Aconcagua, y por lo tanto de la identidad cultural de sus habitantes, también se proyectan a las del país. No podemos especular respecto de lo que habría sucedido si el resultado de estos combates hubiese sido otro o si hubiese pasado esto o aquello. El rol del historiador no es elucubrar sino que explicar y, desde ese punto de vista, es evidente que estas acciones tienen una proyección hacia la decisión que militarmente se produciría en Chacabuco, por lo que pasan a ser parte esencial de los hechos inmediatamente posteriores.

En segundo término, todas, incluyendo Chacabuco y las posteriores, son acciones que representan el inicio del logro de la independencia y fueron posibles no solo gracias a la actuación de grandes personajes de la historia, de los oficiales de ese ejército trasandino como San Martín, O’Higgins y otros, sino que también a la de actores subalternos, más anónimos y masivos, gente la mayoría de las veces iletrada de la que no ha quedado más testimonio que su nombre en algunos listados y el resultado militar de su acción. Soldados como los muertos en Chacabuco, Timoteo Páez, Ramón García, Ramón Palma, José Samayuga, Cecilio Gómez, José María Rodríguez, Andrés Lanza, Vicente Frías, Rudecindo Espech, Tomás Díaz, Bernardino Peña, José María Enríquez y Pedro Juan Vargas, que provenían de San Luis, Mendoza, Catamarca, Tucumán, Buenos Aires y Santiago; también africanos, como los congoleños José Agustín, Antonio Gamas,  Francisco Agüero, Jacinto Chagaray, y el guineano Pablo González.

A ellos se debe sumar un número importante de arrieros chilenos y argentinos, todos profundos conocedores de los caminos y vericuetos de la cordillera que traspasaron sus conocimientos al general y fueron parte esencial del transporte de soldados, armas y alimentos. El putaendino Justo Estay, miembro de una familia dedicada a esa actividad, fue el más conocido y cercano a San Martín.

Así se conformó, en definitiva, un grupo humano heterogéneo que se denominó Ejército de los Andes y que fue el que bajo un mismo liderazgo y actuando en conjunto, cumpliendo cada uno su rol, logró esos triunfos.

Por ello se les recuerda y hoy la historia abre un nuevo desafío para los actuales habitantes del valle de Aconcagua: conservar el legado histórico inmaterial implicado en esta gesta y también la materialidad geográfica de la misma. Esos sitios históricos deben ser preservados y debe encararse el desafío implicado en la puesta en valor de la ruta del Ejército de los Andes. En esta materia ya se ha avanzado con lo que se ha hecho en el sitio del campo de batalla de Chacabuco en 2017, pero aún falta, y bastante porque las rutas sanmartinianas son binacionales y su valoración abriría un interesante campo de desarrollo al potenciar el turismo cultural, preservándose, por otra parte, un legado cultural trascendente.

administrator

Related Articles

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *